ESTADOS UNIDOS, 2024
TÍTULO ORIGINAL: Dead Mail
SECUESTRO ENTRE SINTETIZADORES
Retro hasta la médula: grano de celuloide impostado, neones desteñidos y sintetizadores que no descansan ni un segundo. Dead Mail se viste con toda la parafernalia ochentera posible para narrar un thriller basado en hechos reales: la aparición de una carta ensangrentada que desencadena la investigación de un secuestro.
El arranque promete. La idea de la misiva como detonante macabro tiene potencia, y el film sabe exprimir la atmósfera en sus primeros compases. El problema es que, tras ese primer impacto, la narración se enreda en su propio juego de perspectivas: múltiples puntos de vista que, en teoría, deberían aportar capas de complejidad pero que en la práctica terminan contando lo mismo una y otra vez. El efecto no es de puzzle narrativo sino de eco insistente, y con ello la película alarga un metraje que pronto empieza a pesar.
La estética funciona como anestesia: el público se deja llevar por el envoltorio sintético, por la textura granulada y los acordes eléctricos que cubren cada secuencia. Pero bajo esa superficie estilizada, el guion no termina de justificar tanto rodeo. Lo que podría haber sido un thriller compacto y venenoso se convierte en un ejercicio formal que se mira demasiado al espejo.
En resumen, Dead Mail es puro revival: un juguete audiovisual que recrea el look y el sonido de otra época con eficacia, pero que carece de la contundencia narrativa necesaria para sostener su premisa. Una carta que llega manchada de sangre… pero cuyo contenido se diluye demasiado pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario