KAZAJISTAN, 2023
TÍTULO ORIGINAL: Dala qasqiri
ÁRIDO WESTERN KAZAJO
Kazajistán se está volviendo experto en recordarnos que el western no es exclusivo de cowboys con sombrero y tabaco en la boca. En Steppenwolf, el director —con nombre impronunciable y talento innegable— nos mete de cabeza en un paisaje desértico, moralmente podrido y tan árido como el alma de sus personajes, donde la justicia no se sirve fría, sino a base de balas, martillazos y explosiones en primer plano.
La historia es sencilla, como suelen ser las mejores venganzas: una madre desesperada busca a su hijo desaparecido, y lo hace aliándose con un policía corrupto y sádico que ve en la misión la oportunidad de redención que no merece. A partir de ahí, el viaje se convierte en una espiral de violencia contenida, diálogos secos y una tensión constante que no concede tregua.
La fotografía es puro desierto existencial: planos abiertos, cielos plomizos, y una sensación de amenaza que se filtra por cada grieta del suelo. El ritmo es implacable, como si alguien hubiese quitado el freno de mano en los primeros cinco minutos y dijera “aguanta si puedes”.
Lo interesante es que, pese a lo visceral de su propuesta, Steppenwolf no olvida que el dolor no se resuelve con violencia, aunque lo intente cada cinco minutos. La relación entre los dos protagonistas —ella, todo coraje y desesperación; él, una bestia rota con sed de castigo— es el corazón podrido pero palpitante del relato.
Sí, es brutal. Sí, a ratos roza lo caricaturesco en su exceso (ese clímax con más pólvora que diálogo lo dice todo). Pero lo compensa con autenticidad, con una puesta en escena que suda polvo y rabia, y con un retrato del dolor tan seco que duele más cuando no se grita.
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