ESTADOS UNIDOS, ESTONIA, 2024
TÍTULO ORIGINAL: Azrael
SILENCIO, SE GRITA
En un mundo donde todo el mundo habla demasiado (sobre todo en las pelis de terror), llega Azrael a callarnos la boca. Literalmente. Porque aquí nadie dice nada. Cero. Ni una palabra. Y, sorprendentemente, no hace falta.
La nueva propuesta de E.L. Katz (Cheap Thrills, Haunting of Bly Manor) se lanza de cabeza al fango (literal y figuradamente) con un ejercicio de horror primitivo, casi ritual, donde lo que no se dice se grita con machetazos, miradas al vacío y persecuciones por bosques que no conocen el GPS. A medio camino entre el folk horror más pagano y el survival más cabrón, Azrael no quiere que la entiendas: quiere que la sientas. O, más bien, que la sufras.
Y en medio de ese martirio físico, emocional y casi espiritual, Samara Weaving se corona una vez más. Si en The Babysitter se convirtió en musa slasher y en Ready or Not demostró que podía repartir sin perder el glamour ensangrentado, aquí se despoja de todo: maquillaje, palabras, esperanza… y lo cambia por barro, gritos ahogados y una violencia que va escalando sin piedad. ¿La nueva final girl definitiva? Puede que sí. O al menos, la que más sufre por el título.
La historia es mínima pero efectiva: una sociedad muda, regida por reglas opacas y violencia ritual, persigue a una joven marcada por el destino (o por su voluntad de sobrevivir, que viene a ser lo mismo aquí). El resto es tensión sostenida, ritos crípticos, traiciones sin explicaciones y una atmósfera tan opresiva que parece que la película respira encima de ti mientras la ves.
Visualmente, es una barbaridad. Entre el diseño de producción que huele a tierra húmeda y hueso quemado, y una fotografía que parece sacada de una pesadilla medieval postapocalíptica, Azrael construye su mundo a base de símbolos, texturas y dolor.
¿Es para todo el mundo? No. Hay que entrar con paciencia, con ganas de que te hablen con puñales y gritos en vez de monólogos. Pero si compras su propuesta de horror físico y casi ritual, lo que te espera es una experiencia que te deja sacudido, sucio y un poco más salvaje.
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